sábado, 21 de agosto de 2010

La pasión es sólo una

 “Cómo hubiera querido haber nacido en la época en que los estadios se llenaban de hinchas, de verdaderos hinchas. Cómo hubiera querido gritar a todo pulmón arriba mi equipo, sin temor, libre. Cómo me hubiera gustado  vivir los goles de Cubillas y las jugadas de Roberto Challe con lágrimas en los ojos esperando el gran estallido de un balón sobre una tenue malla en el  estadio Nacional. Me hubiera puesto la camiseta con orgullo y cargada de pancartas a todo color  hubiera ido al estadio con toda mi familia llevando una pequeña radio portátil para escuchar la transmisión en vivo del partido, lo hubiera vivido con extrema emoción”.
Hoy en día la realidad es otra. Los estadios llenos de personas que no animan a su equipo con las mismas condiciones, están pendientes de otras cosas. A veces utilizan a la barra para cometer actos indebidos. La gente en general les tiene miedo, piensa que lo único que buscan es arrebatarle sus pertenencias. Corren, se asustan. El común de la gente no iría al estadio Matute en La Victoria, uno de los distritos más peligrosos de Lima, a alentar en un clásico, no iría porque teme a los seudo-hinchas, teme a la multitud violenta que salta al compás de unos enormes bombos que retumban en los oídos de una multitud.
Aunque la violencia haya estado ligada al deporte desde épocas muy remotas, en Roma por ejemplo en las carreras de caballos, en estos tiempos el comportamiento debe haber mejorado frente a los acontecimientos de modernidad.  Los hinchas en el estadio con la euforia misma del encuentro dejan fluir sus emociones y pueden llegar a casos de agresión extrema. Como es sabido algunos casos han llegado hasta la muerte entre enfrentamientos de hinchas.
Antes, la realidad era distinta: los partidos se vivían en todas partes, en la casa, en las calles, en el transporte. Las bocinas anunciaban una tarde de competencia fuerte pero no violenta. Las lunas de las ventanas pronosticaban resultados alentadores. El ambiente era otro, definitivamente. Pero ese  no es pretexto para continuar apoyando  indirectamente la violencia futbolística.
Hay personas que todavía recuerdan esos momentos. Hay personas que vieron a la selección peruana en un mundial. Pero también hay jóvenes que esperan gritar y celebrar un gol peruano, un clásico pasivo, un país entero pintado de colores sin dueños.

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