Es de mañana y el aire del cielo está morado, azul o celeste. El cielo de la Av. Tacna congrega a cientos de personas que observan, a lo lejos no importa, una imagen que tiene más de 300 años de tradición, una imagen que luce fuerte porque a pesar del tiempo se ha sabido conservar. No es la misma del terremoto del 1655 pero mantiene la misma carga espiritual, la misma fuerza para guiar a cientos de personas hacia un mismo camino.
Al comenzar, es extraño, hay que buscar al montón de gente que no necesariamente está vestida de morado. Busco, corro porque parece que acaba de pasar, el olor a incienso todavía se siente. Pero tengo miedo, la gente en multitud me aterra. No hay nada peor que recordar un examen de admisión, en que los seres queridos mas los profesores y amigos depositan toda su confianza en un lapso de dos a tres horas. Pero en fin, habían muchas personas y yo estaba perdida pero no sola. Estaba pensando en el gran encuentro, pensaba que quizás algo mágico podría pasar.
De pronto una ola de calor acarició mi rostro, sabía que cada vez estaba más cerca, más cerca de la gente y la imagen a quien se le atribuyen hechos inexplicables. Quería verlo aunque sea de lejos,quería escuchar los cánticos que acompañan la procesión de los meses de octubre, quería vivir lo que cada vez mas personas admiran y van llamando la atención de los medios. Y caminaba sin pensar en la delincuencia, que aunque suene cruel, abunda por estos lares; nada importaba, yo caminaba y pensaba que el escenario era demasiado divino como para tolerar malos actos. Y pensaba cada cosa que pretendía decir.
Es increíble lo que hay allí, personas que pueden o no caminar, las que pueden o no hablar, oír, comer, reír, vivir. Todos que van en busca de su último recurso, el Señor les dará el milagro de la vida aunque sea por un tiempo. Van niños acompañados o no, caminando al paso lento de la multitud, van personas que no piden riquezas y lujos, solo piden ver o permitir ver a alguien el azul de cielo, la luz del sol, permitir escuchar una vez más a cualquier pájaro o cualquier bocina que día a día harta a todos. Solo piden cosas que cualquier persona puede tener pero no las sabe valorar. Llenas de fe caminan implorando ayuda.
Al fin llegué a la multitud y cada vez me escurría más entre la gente para llegar lo más cerca posible a la imagen. Estaba al lado de la cuadrilla, al lado de la soga que separa a los devotos. Fue cuando pensé en todo lo que había estado creando en mi cabeza. Me di cuenta de que lo que yo pensaba pedirle no tenía ningún sentido. Tenía lo que los demás pedían, así que lo único correcto por hacer era dar las gracias. Gracias Señor por darme vida, por darme las facultades suficientes para hacer lo que deseo y por permitirme llegar hasta aquí caminando.
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